La Organización Mundial de la Salud dice que cuando tenemos un estado completo de bienestar físico y social cumplimos con una buena salubridad. Es difícil que se pueda gozar de ello completamente y para conseguirlo acudimos a la medicina y a los profesionales que la practican. Durante años he tenido la oportunidad de contribuir como psicóloga a mejorar la salud mental de personas que padecen Fibromialgia y Síndrome de Fatiga Crónica en ASAFA, la asociación que se encarga de proporcionarles el apoyo que necesitan para poder tener la mejor calidad de vida posible. Estas patologías cursan con un dolor crónico neuromuscular que hoy en día no tiene curación, se acompañan de una fatiga que puede llegar a incapacitar por completo tanto para la vida doméstica como para la vida laboral. Por ello muchas personas que padecen estas patologías tienen la necesidad de acudir para ser valoradas y recibir una incapacidad.


Su trayectoria no es fácil, durante años se han dejado la piel trabajando jornadas interminables, cuidando de familiares enfermos y ocupándose de su casa sin demandar ayuda. Un día el dolor asoma pero siguen adelante hasta que les paraliza por completo. No pueden entender cómo toda la fuerza que tenían ha desaparecido y tienen verdaderas dificultades para realizar una tarea que nunca les había costado esfuerzo. Todo se vuelve cuesta arriba y el dolor se vuelve insoportable; la fatiga les paraliza, ya no pueden salir como antes, viven exclusivamente para hacer lo mínimo y se olvidan de su propia vida. Todo lo que hicieron por los demás se esfuma y nadie lo reconoce. Los amigos se distancian y la familia en muchas ocasiones no entiende por qué “se han dejado de ese modo y ya no ponen nada de su parte”.


Acuden a un profesional que les deriva a otro; este a otro y así comienza un peregrinaje donde no se obtiene una respuesta. La situación se agrava y se añade otro dolor: El dolor moral, la incomprensión. Las pruebas que les realizan no muestran anomalías debido a que estas patologías no se ven reflejadas en pruebas orgánicas, pero el malestar continúa cada vez más agudo. Al principio viven para ir a su trabajo y el tiempo libre lo necesitan para mantener su casa, recuperar fuerzas para poder conseguir volver al día siguiente. Así día tras día hasta que les resulta imposible. Su trabajo les gusta pero no pueden realizarlo. No hay fuerzas; solo dolor. Un día su médico les dice que vayan asumiendo que no van a poder trabajar como antes y en según qué trabajos nunca más, que vayan pensando en solicitar una incapacidad.


Ahí comienza otra odisea más dura todavía. Las personas que examinan no entienden por qué se quejan, por qué no pueden trabajar si las pruebas no reflejan nada. Les acusan de no quieren trabajar, les acusan de vagos y de no poner interés ni esfuerzo. En definitiva les hacen sentir mucho peor de lo que ya están. Bastante duro es no gozar de una buena salud y doloroso saber que ya no puedes hacer todo lo que hacías antes. Me gustaría pedir más delicadeza a quien tiene en sus manos el criterio de conceder una ayuda a quien no puede más, ponerse en la piel de quien solicita ser atendido y valorado, no juzgar por el aspecto físico si intentar ir arreglados les hace sentirse mejor; escucharles; pensar que los que habitualmente gozamos de una buena salud, cuando tenemos una molestia, no nos atrevemos en muchas ocasiones ni a salir a comprar el pan mientras que estas personas han aprendido heroicamente a convivir con el dolor y la fatiga. Tienen el derecho a ser tratados con dignidad y con respeto. Nadie escoge estar enfermo. Nadie se queja por placer.


Los profesionales estamos para atender las necesidades de quien solicita nuestra ayuda y por ello considero que la empatía es fundamental: ponerse en el lugar del otro, pensar en las circunstancias que tiene esa persona y que desconocemos hasta que no nos revela su historia clínica y personal. También es justo remarcar y elogiar la labor de muchos otros profesionales que con humanidad, cercanía y respeto tratan de ayudarles y que contribuyen a que su día a día sea algo mejor: aquellos que investigan y que en los últimos años han obtenido resultados mostrando que hay partes del cerebro afectadas, que sus quejas tienen un fundamento: los que en su consulta miran a los ojos de su paciente y se esfuerzan por comprender su desdicha.


Mi admiración a todos esos profesionales con los que aprendí todo lo que practico hoy en día y que siempre han sido para mí un ejemplo de actuación en la consulta.

Yolanda Ruiz Lancina, psicóloga